26 diciembre 2010

Solo, como los cuervos

Para 'Molo'.

“Que di piedra y me contestaron con metralla. Que cuando hubo que correr, corrí como nadie en Cali. Que no hay caso, mi conciencia es la tranquilidad en pasta, por eso soy yo el que siempre tira la primera piedra”. El atravesado, de Andrés Caicedo.

© Archivo Matacandelas

He visto el monólogo El atravesado muchas veces. Desde que la vi por primera vez hasta la última siento el mismo estremecimiento de cuando estás en una representación teatral, que te saca de la realidad. Y siento un duro aprecio por el que está detrás de sus páginas: Andrés Caicedo Estela (1951-1977), ícono de iniciación para muchos amigos. Quien interpreta el papel de El atravesado es “Molo” (Edwin García), que anda con su desarraigo plantado en el Teatro Matacandelas.

Queriendo que la gente vea la obra, he dicho varias veces que es uno de los mejores monólogos que he visto en Medellín. Y no es para menos que sea bueno, porque el cuento (¿cuento largo o novela corta? ¿Quién establece los límites?), el cuento de Andrés Caicedo tiene un sólido andamiaje que sostiene la interpretación (sin demeritar al actor). A diferencia de ciertas adaptaciones difícilmente ‘teatralizables’, El atravesado tiene duende para la dramatización. Incluso por momentos llega a tornarse muy cinematográfico porque juega con elipsis, en gran parte, desarrolladas desde el cine (el ir y venir del pasado al presente, del futuro al presente, con flashbacks o flashforwards).

© Archivo Matacandelas
Y la interpretación de ‘Molo’ lleva al extremo una obra, de entrada, teatral. El peligro del personaje de la obra es que da pie para el cliché y los movimientos manidos o para los acentos monótonos. Por poner un ejemplo, basta ver la fuerza que inspira el personaje; su fiereza. “Y todo está en controlar el movimiento”, según ‘Molo’. Contrario a lo que se podría pensar, sus movimientos pausados le imprimen un alto grado de energía a su cuerpo. No es brusquedad pero sí es “hacer ver” que el personaje es calculador con sus músculos; y eso hace parte del contenido (aplicación del método Stanislavsky). Una vez, a mi adorado Jack Lemmon, mi adorado Billy Wilder le dijo que “no actuara tanto”, que “actuara menos”, que se contuviera, porque iba a matar de la risa al espectador. Llega un momento donde te convences que es un peleador, todo un pandillero de la Tropa Brava, y ya te imaginas al gran Wilder diciéndole que “actuara menos”, que nos va a matar.

Siento por Andrés Caicedo algo de cariño, amor, admiración y envidia. Fue un gran hombre porque no fue invisible: no todos hacemos lo que él hizo a sus escasos veinticinco años (desde los diez años comenzó a producir). El atravesado y ¡Que viva la música! fue mi iniciación a la novela urbana colombiana. Fue también Caicedo y el Teatro Matacandelas quienes me despertaron el amor por el teatro. De ahí en adelante he sido simplemente un niño que va a ver títeres, disfrutándolo con ese placer inocente, infantil y desinteresado que nos lleva a caer en tantos vicios. Parafraseando de nuevo a Billy Wilder (un regalo de Cristóbal Peláez), lo más bonito del Matacandelas es que no estás en casa, pero tampoco en la calle. Por eso y por muchos buenos amigos.


Comienza la obra con la música…


Siento una voz que me dice:

agúzate que te están velando.

Vienen sonando las trompetas y el piano. Me comienzo a estremecer; mis pies se mueven, bailan solos, mi cuerpo responde autómata. Un atravesado que irrumpe en el escenario, dominante sobre los tímidos espectadores. Detrás de su mirada se encuentra alguien que nos viene a zarandear, pero que viene “solo, como los cuervos”.

© Archivo Matacandelas