Para 'Molo'.
“Que di piedra y me contestaron con metralla. Que cuando hubo que correr, corrí como nadie en Cali. Que no hay caso, mi conciencia es la tranquilidad en pasta, por eso soy yo el que siempre tira la primera piedra”. El atravesado, de Andrés Caicedo.
© Archivo Matacandelas |
Queriendo que la gente vea la obra, he dicho varias veces que es uno de los mejores monólogos que he visto en Medellín. Y no es para menos que sea bueno, porque el cuento (¿cuento largo o novela corta? ¿Quién establece los límites?), el cuento de Andrés Caicedo tiene un sólido andamiaje que sostiene la interpretación (sin demeritar al actor). A diferencia de ciertas adaptaciones difícilmente ‘teatralizables’, El atravesado tiene duende para la dramatización. Incluso por momentos llega a tornarse muy cinematográfico porque juega con elipsis, en gran parte, desarrolladas desde el cine (el ir y venir del pasado al presente, del futuro al presente, con flashbacks o flashforwards).
© Archivo Matacandelas |
Siento por Andrés Caicedo algo de cariño, amor, admiración y envidia. Fue un gran hombre porque no fue invisible: no todos hacemos lo que él hizo a sus escasos veinticinco años (desde los diez años comenzó a producir). El atravesado y ¡Que viva la música! fue mi iniciación a la novela urbana colombiana. Fue también Caicedo y el Teatro Matacandelas quienes me despertaron el amor por el teatro. De ahí en adelante he sido simplemente un niño que va a ver títeres, disfrutándolo con ese placer inocente, infantil y desinteresado que nos lleva a caer en tantos vicios. Parafraseando de nuevo a Billy Wilder (un regalo de Cristóbal Peláez), lo más bonito del Matacandelas es que no estás en casa, pero tampoco en la calle. Por eso y por muchos buenos amigos.
Comienza la obra con la música…
Siento una voz que me dice:
agúzate que te están velando.
Vienen sonando las trompetas y el piano. Me comienzo a estremecer; mis pies se mueven, bailan solos, mi cuerpo responde autómata. Un atravesado que irrumpe en el escenario, dominante sobre los tímidos espectadores. Detrás de su mirada se encuentra alguien que nos viene a zarandear, pero que viene “solo, como los cuervos”.
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